La frescura de la noche del pasado viernes 17 de noviembre se sintió como un oasis entre el calor sofocante de la tarde y las fuertes lluvias de la madrugada. Y en zonas de oferta nocturna al norte de Armenia, las calles se vieron abarrotadas de grupos de jóvenes que exploraban con curiosidad los locales de rumba, los restaurantes y los centros comerciales. Los acentos se agolpaban unos sobre otros, las pintas dejaban adivinar la procedencia de sus portadores, y en medio la algarabía, el brillo de los XXII Juegos Nacionales se intuía.
Fue así como, en el primer fin de semana luego de la inauguración de las justas, varias de las delegaciones provenientes de todo el país decidieron aprovechar que ya habían cumplido con sus competiciones para gozarse el destino como un grupo de jóvenes sin una responsabilidad más que celebrar. Bares en donde no cabía un alma, uno que otro restaurante tratando de responder a una demanda que no esperaban, fotos y selfies, y llamadas a los padres que reclamaban atención y aconsejaban a sus hijos, los deportistas, para que se cuidaran en una ciudad que no conocían.
Todavía está por conocer el balance de lo que los Juegos Nacionales dejarán a la región en términos de derrama, que es como se conoce en economía al ingreso de dinero a una región por la realización de un evento y su consecuente distribución a lo largo de la población. Sin embargo, el pasado viernes se pudo constatar la dinámica que un encuentro como estos produce en una economía tan orientada al servicio como es la quindiana. Sin embargo, mientras esperamos las cifras que lo corroboren, no está mal estar comiendo algo y de improviso quedar inmerso en una fiesta multicultural compuesta de jóvenes que celebran algo más que el deporte: están celebrando la vida.